Miami recibió a un perucho que llegaba desde Bogotá con un dolor de estómago que recién comenzaba a surgir (la Bandeja Paisa estuvo fuerte, pero sabrosa al fin y al cabo). Pero bueno la anécdota no va por ahí, sino por el lado del equipaje, esto me sucedió en Setiembre del 2008.
Pues resulta que al pasar por el control de la aduana, la máquina de rayos X detectó algo irregular en mi equipaje. Los policías de la zona me miraron y mi bisoño dolor estomacal se esfumó, supe que algo raro sucedía. Me preguntaron que tenía dentro del equipaje, ropa contesté, y qué más, replicaron, y botas, dije yo. Entonces otro guardia, de apariencia super gringa - raro en Miami-, poniéndose unos guantes quirúrgicos en las manos me comentó: "you have a big quantity of dust in your luggage", y eso fue el final. Me hacía en la fortaleza de alcatraz. Trate de imaginar qué diablos podrían pensar los guardias de la aduna de un perucho que entra por Miami desde Bogotá con algún tipo de "polvo" en el equipaje. Para ese momento los estragos que pudieron haber de la Bandeja Paisa aún conmigo se esfumaron. Así que el procedimiento se llevó a cabo. Abrieron la maleta, y las manos con guantes quirúrgicos sacaron mi ropa, unos libros, objetos de aseo, y yo iba pensando que tal vez en mis botas había barro pegado entre los surcos de la suela o tierra o algo similar, pero ¿bastante polvo?, era algo extraño para mí, sin embargo para el control de aduana no.
Llegaron al final de la maleta y sacaron un paquete con 3 bolsas forradas en papel manteca, de esos que se utilizan de vez en cuando para envolver los alimentos que van al horno. Dos policías me rodearon por detrás pero en ese entonces mi alma volvió a mi cuerpo. Suspiré de alivio y ese suspiro se notó. Uno de los policías me preguntó porqué tan tranquilo, "ya recordé que es ese polvo, es mi café colombiano de muy buena calidad" y sentí que volvía a tener la temperatura corporal normal que ya ni sentía, "así que por favor no me maltrataen demasiado el café", el gringo de los guantes quirúrgicos me miró extrañado y su compañero, uno de los que me habían rodeado le dijo lo mismo en inglés.
Luego de las risas respectivas y tener que meter todas mis cosas yo sólo, me fui de ahí agradeciendo a la providencia que no me hayan retenido mi polvo negro. Hasta el día de hoy no sé si debí declararlo o no en la cartilla de mercancías que entregan en los aviones. Y ya no he reparado en fijarme en ello nuevamente, a pesar que ya varias veces he tenido esa cartilla en mis manos.
Anécdota brava la mía, y lo peor, es que hasta ahora no tomo ese café, sigue guardado en la repisa de la cocina de mi casa en Lima.
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